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Mi caótica maternidad

A veces improviso. Sí. Y no ocurre nada malo. Cuando supe que por fin mi sueño se haría realidad y muy pronto sería madre, no tenía un esquema trazado acerca del tipo de maternidad que me representaría.

Sonrisas y Ojazos han comido triturado, potitos (sí, potitos, y de verdad que no pasa nada, no eres peor madre ni la más mala del mundo mundial por darles algún potito de vez en cuando; de hecho, por increíble que les parezca a muchas, se lo han comido casi sin pestañear pidiendo más), en trocitos y comidas sólidas. Hoy en día, Sonrisas come perfectamente lo que yo como, pero a Ojazos parece costarle un poquito más, así que de vez en cuando le echo un cable y le preparo algo más trituradito o incluso le doy un par de potitos. Y se los come. Le gustan, sacia su hambre y sonríe. Y yo sonrío con él.

No todos los bebés tienen los mismos tiempos. Cada uno tiene el suyo propio, y cuando tienes mellizos te das cuentas de lo grande y cierta que es esa afirmación. Ojazos y Sonrisas no van a la par en todo. Sonrisas aprendió a gatear y fue quien caminó primero. Ojazos apenas quiso gatear y, aunque le costó un pelín más aprender a andar, cuando lo hizo daba la sensación de que llevaba meses haciéndolo. Y así con todo, y no me preocupa. El otro día una madre de mellizos me decía que sus hijos aprenden las cosas a la vez y qué raro que los míos no lo hicieran cuando es lo habitual en múltiples.

Pues bien, no sé si es lo habitual en múltiples y no me importa, la verdad. Qué ganas de meterse en las vidas de los demás, generalizando y dando por hecho. Sonrisas y Ojazos aprenden las cosas siguiendo sus propios ritmos y ni yo ni Rubio les presionamos en nada; simplemente observamos lo increíble que resultan dos bebés criándose juntos.

Mis hijos se ensucian, adoran el aire fresco que se respira fuera de casa, les chifla jugar con nuestros perros y guarrear al máximo. Creo que es muy importante fomentar la curiosidad en nuestros pequeños, permitirles ensuciarse, estrujar la tierra, mancharse con ella, arrancar hierba y sentir su textura (sí, más de una vez se la llevan a la boca y si no llego a tiempo se la comen), buscar piedrecitas y ayudarles a ordenarlas por tamaños, tirarse al suelo y rodar, abrazar a los animales, explorar con ellos. La curiosidad y la aventura son innatas en los niños y debemos fomentarlas y mimarlas para que nunca desaparezcan. A mí me encanta salir al jardín con Ojazos y Sonrisas y ver cómo se dejan llevar por impulsos cargados de curiosidad.

Han comido (y comen de vez en cuando) galletas, las típicas del desayuno, y tampoco les ha ocurrido nada. Bueno, sí, que se las comen con una amplia sonrisa en la cara porque están riquísimas. Comparten muchísimo entre ellos y alguna que otra vez he hecho la prueba de darles sólo una galleta para ver su reacción, y siempre me sorprenden cuando uno de ellos la parte en dos para que ninguno se quede sin probarla. Me impresiona su generosidad con solo 16 meses.

Duermen en su cuarto, en sus cunas, aunque la gran mayoría de las noches (por no decir todas) acaban viniéndose para nuestra cama. Y dormimos los cuatro. No muy cómodos (al menos, ni Rubio ni yo dormimos precisamente cómodos), pero ellos son felices durmiendo en nuestra cama y además lo hacen profundamente. Moviéndose mucho, eso sí, pero profundamente. Y no pasa nada. Llegará el día que duerman solos en su cuarto, sin necesitarme tanto como me necesitan ahora, pero por el momento nos apañamos así, viajando durante la noche entre su cuarto y el nuestro, para acabar durmiendo los cuatro juntos y muy a gusto (por su parte).

Les encanta «leer». Se entretienen un buen rato sin mí pasando hojas de los libros, señalando lo que ven e imitándolo con emoción. Cada noche, después del baño, leemos un ratito y así nos relajamos hasta el momento del biberón. Nuestro ritual es sencillo: señalan el libro que quieren que les lea, se sientan sobre la alfombra (o sobre mí) y leo para ellos poniendo voces, cantando o susurrando, depende de la historia escogida. Y me encanta ver cómo me escuchan, cómo se ríen cuando cambio la voz y cómo mueven las manitos con ritmo cuando toca cantar. Adoro contemplarles entre libros, lo admito.

Y también adoro verles jugando con los peludos de la casa. El amor y el respeto por los animales han sido básicos en mi educación y también lo será en la suya.

Los niños son como esponjas y lo aprenden todo de nosotros; de Rubio y de mí aprenderán el respeto y el cariño por cada animal que les rodea, y espero que en un futuro comprendan porqué mamá y papá nunca les llevarán al zoo, ya que va totalmente en contra de nuestros ideales el confinamiento y encierro animal para divertimento de algunas personas. Y no critico a quien vaya con sus hijos (muchas de mis amigas llevan a sus peques y a mí me parece fenomenal), sólo digo que yo no les llevaré.

Ojazos y Sonrisas son niños felices y es lo único que me importa. Tienen un gran corazón, son cariñosos y besucones, curiosos, aventureros e inagotables y me hacen tremendamente feliz.

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RECUERDOS DE INCUBADORA

Recuerdo los pitidos. Constantes, ruidosos, chivatos de cada movimiento de mis hijos. Recuerdo el miedo atroz que sentía cuando se iluminaban las pantallas de sus incubadoras. Se paralizaba el tiempo, mi respiración se aceleraba y un sudor incómodo y frío me recorría todo el cuerpo. «Por favor, que no sea nada», murmuraba como una oración mientras veía cómo las enfermeras atendían a mis hijos. «Por favor, por favor, por favor».

Antes no entendía porqué la vida nos proporciona malos momentos como estos. No lograba comprenderlo. Pero ahora todo encaja: a veces hacen falta días malos para apreciar lo bonitos que son los buenos. Cuando veo a mis hijos, sanos y fuertes, comprendo que todo lo vivido ha merecido la pena. Todo, incluso los momentos horribles. Cada vez que me llaman «mamá», cada vez que agarran mi mano con fuerza para sentirse seguros, en cada ocasión que buscan consuelo entre mis brazos, comprendo que nuestro camino tuvo que ser así, cargado de sustos y miedos, de esperanza y lágrimas de alegría, porque así aprendimos a valorar los pequeños detalles que nos proporciona la vida.

Recuerdo el miedo incontenible en cada reunión con los médicos. Intentaba buscar en su mirada algo más que no dijesen sus palabras. Recuerdo cómo se calmaban mis bebés cuando hacíamos el piel con piel, en silencio y bajo una luz tenue que las dulces enfermeras siempre disponían para nosotros. Era nuestro momento. De paz y de conexión, de sentirnos, de conocernos, de olernos y tocarnos. Y era mágico. Durante esas horas desaparecían las malas noticias, las lágrimas causadas por el miedo y la incertidumbre y los sollozos ahogados que morían a menudo en mi garganta.

Sólo existíamos nosotros tres. Conectados de nuevo. Tres corazones latiendo unidos, protegiéndonos y amándonos, como cuando estaban en mi tripita.

Recuerdo las pruebas, la espera eterna hasta conocer los resultados, lo recuerdo todo. Pero también recuerdo cosas buenas, como la primera vez que abrieron esos ojitos preciosos, o la felicidad suprema que producía saber que habían ganado peso o la primera vez que pude cogerlos y supe que haría cualquier cosa por mantenerlos a salvo.

Recuerdo momentos preciosos durante nuestro tiempo en Neonatos. Momentos a solas, sólo Rubio y yo con nuestros niños, acurrucados en un sofá mientras les cantábamos y no dejábamos de acariciarlos. Recuerdo con cariño cuando uno de aquellos ángeles con uniforme blanco me dijo: «Ya les quedan pequeños los pijamitas, ¿has visto?». Y lo dijo con una amplia sonrisa en su rostro, feliz por ellos y por nosotros.

Recuerdo muchísimas cosas de esos 46 días que estuvieron ingresados mis tesoritos.

Y, por fin, puedo recordarlas sin sentir dolor en el pecho.

Mis niños están a punto de cumplir 16 meses. Y doy gracias cada día a sus ganas locas de vivir, ésas que hicieron que los cuatro nos fuéramos a casa. Porque consiguieron grandes cosas, a pesar de tener un cuerpo pequeñito. Lucharon cada día para dormir en sus cunas y lo consiguieron.

Ya lo creo que lo consiguieron.

Y no puedo sentirme más orgullosa.

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+15

Bizcochito y Cacahuete han cumplido 15 meses. Me parece increíble lo rápido que ha pasado el tiempo, lo mucho que han crecido, aprendido, descubierto y explorado desde entonces. Recuerdo que mi madre solía decirme que cuando tuviese hijos entendería lo rápido que avanza el tiempo y ahora tengo que reconocer la sabiduría de sus palabras.

Veo a mis pequeños terremotos y no me puedo creer que ya hayan pasado 15 meses desde aquel 25 de septiembre en el que decidieron convertirme apresuradamente en mamá. He intentado regresar al blog un millón de veces, pero me ha resultado verdaderamente imposible. Bizcochito y Cacahuete ya no son Bizcochito y Cacahuete. Han crecido mucho y para mí son Sonrisas y Ojazos, una descripción de lo más acertada si llegárais a conocerlos.

Sonrisas es un payasete, adora hacernos reír con sus tonterías,  siempre con una eterna sonrisa a donde quiera que va. Es un niño dulce y muy cariñoso, le encantan los animales y jugar fuera en el jardín.

Ojazos hipnotiza con su mirada. Tiene el cielo en sus ojos. Es risueño, activo, un poquitín tímido en ocasiones y le chifla que le lea cuentos por las noches. Al igual que Sonrisas, es muy cariñoso y desde que me llama «guapa» a todas horas, llevo el ego subido continuamente.

En estos 15 meses he vuelto al trabajo y he sufrido muchísimo al separarme de mis niños. Jamás pensé que algo tan cotidiano como irse a trabajar resultaría tan doloroso cuando tienes hijos.

Mis pequerrechos son unos terremotos muy activos, durante el día no paran de moverse, jugar, gritar, saltar, correr, pelearse/quererse (depende de la ocasión); además son muy callejeros, adoran salir a pasear, ir al parque, jugar en el jardín… cualquier excusa es buena para no estar en casa.

Me encanta ver sus avances, comprobar como cada día aprender algo nuevo, como van marcando su personalidad y carácter… En definitiva, verles crecer es el mayor de los regalos. Es una sensación increíble descubrir de nuevo el mundo a través de sus ojos, vivir sus primeras veces, ilusionarse con cada pequeña de sus emociones…

Son los 15 meses más bonitos de mi vida, pero también los más duros y agotadores. La maternidad es algo increíble pero también es realmente agotadora (a muchos niveles), no todo es de color de rosa ni mucho menos. Pero ver sus sonrisas, escuchar cómo me llaman «mamá» y cómo me buscan para darles consuelo transforma cualquier día pésimo en algo que merece la pena.

Me gustaría que los conociérais, sois muchas las que habéis seguido mi historia desde el principio, desde las dudas y la incertidumbre, desde la esperanza, desde los pinchazos, desde los negativos y los malos momentos… Es por ello que creo que os lo debo, creo que os merecéis «conocer» a Bizcochito y a Cacahuete, los hombrecitos de mi vida.

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Aquí no habían cumplido su primer añito, hicimos esta sesión de fotos en pleno agosto para tener un recuerdo inolvidable de su primer verano con nosotros. Ahora ya han perdido un poquito esa cara de bebé, pero dan ganas de comérselos igualmente 🙂

Intentaré regresar al blog poco a poco, espero poder sacar tiempo de alguna parte porque para mí este mundo virtual es muy importante, gracias a él he conocido a personas increíbles y me gustaría seguir haciéndolo.

Besos gigantescos para todas de una mamá múltiple agotada pero condenadamente feliz.

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Y AHORA… MAMÁ

¡Hola de nuevo! Ante todo, os pido disculpas por mi repentina desaparición. Me gustaría daros las gracias a todas las que os habéis puesto en contacto conmigo a través del blog o del correo electrónico preocupándoos por mi ausencia, sois las mejores, ¡mil gracias!

Os revelaré el motivo de mi desaparición: ¡YA SOY MAMÁ!

Sí, habéis leído bien… Soy mamá por fin. Mis príncipes decidieron adelantarse y conocer mundo antes de lo previsto.

Todo empezó pocos días después de cumplir las 27 semanas: me sentía rara, se me ponía dura la barriga demasiadas veces al día y empecé a sentir un dolor un tanto extraño en la zona de los riñones. Así que acudí a urgencias pensando que todos los síntomas serían normales y me llevé la sorpresa/susto de mi vida cuando me anunciaron que debía quedarme ingresada, pues empezaba a tener contracciones y el cuello del útero se había acortado exageradamente desde la última vez que me lo midieron con 20 semanas.

Durante 3 semanas los médicos intentaron detener las contracciones y el dolor pero, recién cumplidas las 30 semanas, uno de los bebés rompió la bolsa y me puse de parto. Dilaté en seguida, pero todo acabó en una cesárea de urgencia debido a que bebé I. estaba colocado en podálica, descartando al momento un parto vaginal.

El 25 de septiembre venían al mundo para iluminar mis días los hombrecitos de mi vida: bebé E. a las 5:49 de la madrugada y bebé I. a las 5:51.

Están instalados en neonatos, bien calentitos en el interior de sus incubadoras, poniéndose fuertotes y gordotes para poder irnos a casa. Todavía nos queda un tiempo separados hasta que pueda llevármelos a casa, pero cada día que pasa es un día menos alejados de mí y de Rubio. ¡Estamos deseando comenzar nuestra nueva aventura los cuatro juntos!

¿Qué deciros de los chiquitines? Que estoy orgullosísima de ellos, de lo fuertes que son, de lo muchísimo que se superan cada día, del instinto luchador que corre por sus venas. Son tan pequeñitos y grandes a la vez…

Me encanta verlos sonreír mientras duermen ¡transmiten tanta paz!

No todo ha sido fácil y todavía queda mucho camino que recorrer, pero eso os lo contaré en otra entrada.

Solo quería que supierais que he llegado a la meta (antes de lo previsto) y que a pesar de los contratiempos, es maravilloso. Mi mundo gira por y para ellos, todo tiene sentido gracias a esos pequeñines campeones.

Mi corazón late fuera de mi cuerpo multiplicado por dos y cuanto más contemplo a mis hijos, comprendo con más intensidad que haría cualquier cosa por ellos y que debo ser fuerte para transmitirles que muy pronto abandonaremos esas incubadoras calentitas para trasladarnos definitivamente a nuestro hogar, que lo será más que nunca en cuanto crucemos el umbral de nuestra puerta con ellos 🙂

Os prometo otra entrada con más detalles, en cuanto consiga reponerme definitivamente de la cesárea, que me dejó un pelín debilucha y sin fuerzas de nada.

¡Millones de besos para todas!

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ME GUSTARÍA DECIRTE QUE…

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Me gustaría decirte tantas cosas que las palabras se me rompen en la garganta. Canica, quiero que sepas que papá y mamá no dejan de buscarte, que cada paso dado es un paso más cerca de ti, que aquí estamos esperándote, deseando que pongas patas arriba nuestras vidas.

Me gustaría contarte lo increíble que es papá. Tu papá. Él siempre estará dispuesto a apoyarte, a emprender cualquier aventura alocada contigo o, simplemente, tenderte su mano cada vez que lo necesites. Porque él está deseando conocerte, Canica. Cada día lo veo más ilusionado, más motivado, con más ganas de luchar. Él quiere quererte, amarte, demostrarte que tú estás hecho para nosotros. Es una persona increíble. Y te sentirás tan orgulloso de poder decir: «Él es mi papá». ¡Él siempre sacará tiempo para jugar contigo! Porque, en realidad, tu papá es un niño grande, ¿sabes? Jugará contigo a la pelota o a las casitas, ¡a lo que tú quieras! Y verás cómo te sonríe, cómo se le llena el alma cada vez que le cojas la mano, cada vez que te quedes dormido entre sus brazos, haciéndole sentir vulnerable.

Y cuando te vea por primera vez, cuando contemple embobado tu cara preciosa y dulce, se enamorará tan perdidamente de ti que no sabrá cómo ha podido vivir hasta ahora sin alguien como tú. Y, cuando le conozcas por fin, mi Canica, sabrás de lo que hablo. Porque él ya te quiere incluso antes de que existas. Y, créeme cuando te digo, que él siempre estará aquí para ti.

Me gustaría hablarte de lo mucho que deseamos que estés con nosotros. Me gustaría decirte que hemos aprendido a cambiar lágrimas por sonrisas, malos momentos por cenas fueras de casa, enfados tontos por bromas aún más tontas. Aquí todo te está esperando!

Me gustaría hablarte también de tu mamá. De mí. De la persona en la que me has convertido incluso antes de estar aquí. Tu mamá antes no era tan fuerte como ahora, ni tan paciente, ni tan soñadora. Esas cualidades se las has otorgado tú! Tu mamá a veces está triste porque siente que está haciendo algo mal, en ocasiones se siente culpable de que todavía no estés aquí. Pero en seguida se le pasa cuando papá va a buscarla y la hace reír. Mamá te quiere con todo su corazón, Canica. No será la madre perfecta (ni intentará serlo) pero será la persona que te haga sentir que todo va bien, que eres libre de ser como quieras, que jamás te dará la espalda cuando algo te atormente.

Me gustaría decirte que serás un regalito, un trocito de cielo, mi corazón fuera de mi cuerpo, mi bebé precioso de carita tierna.

Y, mientras, aquí estaré, soñándote cada día. Te quiero, bebé.

«Duerme, duerme, aquí estaré,

las nubes serán tu colchón.

Que ni el viento ni la brisa te dejen

de acariciar, pues tú eres mi Don.

Duerme, duerme…»

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¿SEÑALES?

Esta mañana, a las 9:30h, me encontraba yo haciendo cola en la enfermería del hospital para realizarme mis análisis hormonales (otra vez!). Le pedí a mi madre que me acompañara porque yo he desarrollado una fobia increíble a las agujas y suelo marearme después de la extracción de sangre. Como siempre, Super Mamá me acompañó y más tarde nos fuimos a desayunar, donde poco después apareció Super Papá para preguntarme qué tal había ido todo. Desayunamos los tres entre cafés con leche, bollos y zumos de naranja, hablando con total naturalidad de mi infertilidad y del tratamiento que estamos a punto de comenzar Rubio y yo.

Siempre me he sentido muy cómoda con mis Super Papás. Son dos personas increíbles que siempre han apoyado cada decisión que he tomado en la vida, sin entrometerse, sin imponer, sin juzgar; sólo opinando con buenas palabras y nada más. Con ellos, siempre he podido hablar de cualquier cosa, en mi casa no había temas «tabús». Cualquier pregunta, cualquier duda, era tratada con total naturalidad y sin prejuicios. «No juzgues aunque exista razón para hacerlo», siempre dice Super Mamá.

Cuando les expliqué mis temores y mis miedos acerca de la búsqueda de Canica después de un año de constantes negativos, ellos me miraron fijamente, transmitiéndome su incondicional amor paternal, y me dijeron: «Todo saldrá bien». Tres simples palabras pero que significaban tanto pronunciadas por sus bocas… Super Mamá me abrazó y ahí se quedó, en silencio, reconfortándome con esos abrazos que tanto sigo necesitando, esos abrazos que me transportan a mi niñez cuando me raspaba las rodillas y Super Mamá me abrazaba y todos mis males desaparecían.

Desde el principio, nos han apoyado a Rubio y a mí de un modo tan incondicional, que a veces me quedo sin respiración. Con ellos, podemos hablar con total naturalidad de nuestros miedos, de nuestras dudas, del proceso y de las pruebas, del tratamiento a seguir. De absolutamente todo. Porque ellos siempre escuchan. Ellos siempre están.

Canica, ¡sonríe! Aquí tienes unos abuelos que ya te quieren incluso antes de conocerte. Vas a hacerles tan felices…

Ni todas las palabras del mundo serían suficientes para agradecerles a Super Papás todo lo que hacen por mí. Algún día espero poder ser la mitad de maravillosa que ellos en esa increíble faceta.

Después de desayunar, Super Mamá se fue a trabajar y Super Papá y yo dimos un paseo por el centro de la ciudad. Hicimos unos cuantos recados, hablamos, nos fuimos a la compra y regresamos a casa entre risas y confidencias. Mientras paseábamos por la calle, un pequeño objeto plateado llamó mi atención. Los rayos del Sol lo hacían brillar entre los pasos de la gente y me acerqué a mirar.

Y esto es lo que me encontré!

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En ciertas culturas, los elefantes son un símbolo de buena suerte. Así que no me lo pensé dos veces, lo recogí y lo añadí a mi llavero del coche.

Podría ser una señal, ¿verdad? De que nuestra suerte puede cambiar. De que las cosas no serán tan difíciles para Rubio y para mí. Cuánto deseo que eso sea cierto!!

Rubio siempre dice que la suerte se busca, que no viene dada por defecto para nadie. Y nosotros estamos buscando nuestra suerte, luchando cada día para tener a Canica entre nuestros brazos. Ay, mi Bebé hermoso, no puedes imaginarte cuánto te querremos!  

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