Esta mañana he vuelto a La fábrica de sueños para realizarme la siguiente ecografía de control y comprobar el estado del folículo del demonio que ha decidido quedarse conmigo a toda costa. Tal y como sospechaba, el puñetero quiste no ha desaparecido ni empequeñecido; el muy cabrito parecía sonreírme con suficiencia y arrogancia desde la pantallita, burlándose de mí.
He de reconocer que me he llevado un chasco enorme. Confiaba en que hubiese desaparecido, que pudiese comenzar la IA sin ningún tipo de lastre pero, al parecer, eso no puede ser. De todas formas, el gine me ha dicho que no demoraremos el proceso más tiempo y que en mi próxima regla comenzaremos el tratamiento. Debería alegrarme con la noticia, es lo que estaba deseando oír desde hace varias semanas pero, en cambio, me siento apática, rara, extraña. No siento nada. Ni calma ni desasosiego. Nada. Me encuentro indiferente con la noticia y desconozco del todo las razones.
Supongo que no confío demasiado en la IA. Supongo que todo se reduce a que cada día aparece algo nuevo que ralentiza este proceso. Supongo que hoy mi mente necesita descansar. Últimamente, el tiempo ha pasado muy despacio. Incluso demasiado. Los días se hacían eternos, monótonos, iguales, sin novedad. Me gustaría confiar ciegamente en nuestro tratamiento, pero me da miedo que la IA no sea nuestra solución. Ojalá me equivoque, pero si no fuera así, estoy segura de que Rubio y yo nos iríamos a una FIV de cabeza con toda la ilusión del mundo, deseando cumplir nuestro sueño. Y cuando conozcamos a nuestra Pequeña Canica por fin, mi alma se sentirá increíblemente completa.
Son muchos sentimientos los causantes de que sienta que estoy atrapada en el tiempo. Supongo que el fondo estoy cansada, harta y dolida con la infertilidad. Sí, porque me duele la infertilidad. Es un peso excesivo que, en contadas ocasiones, consigue detenerme y paralizarme. Tal y como me ha ocurrido ahora. Supongo que este viaje hacia la maternidad se ha alargado demasiado. Más de dos años de negativos, de continuas esperanzas tiradas a la basura, de ilusiones rotas, de lágrimas imposibles de detener, de gargantas rotas por los sollozos, de tocar fondo y volver a intentarlo otra vez. Sí, me pesa la infertilidad. Me duele. Me destroza. Y aunque intento sacar siempre el lado positivo de las cosas, a veces no puedo. Este camino se ha alargado demasiado y no ha hecho más que empezar. Sé que tengo que ser fuerte para sobrellevar todo este proceso, pero hay días que sólo me apetece maldecir y enfadarme con el mundo. Que sí, sé que no me ayuda en nada, pero me apetece, qué leches. Y ahora que empieza lo verdaderamente serio, que nos hemos metido de cabeza en un tratamiento de reproducción asistida, los miedos revolotean en mi cabeza. No quiero perderme a mí misma en esta búsqueda. No quiero adentrarme en un laberinto de tratamientos fallidos que sólo me aporten tristeza y malos momentos. No quiero obsesionarme con la idea de ser mamá y ser infeliz por no conseguirlo. No quiero olvidarme de todo lo que me rodea, no quiero no disfrutar de mi vida por estar demasiado cegada en una idea. Encontrar el equilibrio es algo básico en este proceso. Y yo espero encontrarlo muy pronto.
Supongo que hoy me encuentro tan extrañamente extraña porque, volviendo de la clínica, me puse a revisar mi lista de contactos de WhatsApp por puro aburrimiento y lo que destacaba por encima de todo eran las fotos de bebés y barrigas de embarazadas. Gente que lo ha conseguido sin esfuerzo, sin saber lo mucho que cuesta, lo mucho que duele cuando no lo consigues. Y yo veo mi sueño todavía muy lejano y no puedo evitar entristecerme. Estoy segura de que en unos días estaré mejor y que esto no es más que un bajón pasajero que todas experimentamos a lo largo del camino, así que prometo escribir mucho más positiva mi próxima entrada.
Me duele mi estado de ánimo extraño más que a nadie, de modo que haré todo lo posible por reponerme. En el fondo, sé que también me afecta que Rubio se haya tenido que ir a trabajar fuera durante dos semanas. No poder compartir esto con él me ha dolido más de lo que yo creía porque él siempre consigue arrancarme una sonrisa a pesar de mi lamentable estado de ánimo. Esta vez se me ha juntado un cóctel de sentimientos que finalmente ha decidido explotar por su cuenta. Soy una persona que se guarda las cosas y eso me ha pasado factura. Fingir que todo va bien delante de los demás es demasiado agotador.
A pesar de todo, no pierdo la sonrisa. Algo muy bueno tiene que estar esperándome cuando acabe todo esto.
«Al final todo va a salir bien. Y si no ha salido bien, es que todavía no es el final».