Últimamente he estado un poco enfada, molesta, con mi situación y con el mundo en general. Enseguida se me pasa, pero a veces me apetece enfadarme con todo lo que me rodea, patalear como una niña pequeña y coger una rabieta. No me suele durar demasiado, suelo despertarme de bastante bien humor al día siguiente, pero la rabieta durante 24 horas no me la quita nadie.
El otro día estaba yo conversando con una amiga que sabe de lo mío. Sabe que mi mayor sueño es ser mamá, pero que las cosas se me están complicando un poquitín. Me ha visto derramar alguna que otra lágrima, ha conocido la peor parte de mí. Hace apenas un par de meses, me decía que ella todavía no estaba preparada para ser madre, no se veía teniendo un bebé y que, además, prefería esperar un tiempo y que lo que más le haría ilusión era que yo lo consiguiese, porque sabe lo mucho que lo deseo. Le agradecí sus palabras y le dije que se plantease ser madre cuando estuviese preparada, cuando ella sintiese que había llegado el momento. Resulta que el otro día, estando con ella y otras amigas, nos dijo que en cuanto empezase el nuevo año, se pondría a buscar el bebé. Me pareció un poco raro, dado que me había dicho lo contrario hacía menos de dos meses, pero tampoco le di mucha importancia. Cada uno es dueño de su vida y de cambiar de opinión las veces que le dé la gana, yo misma he cambiado de opinión en algunas cosas a lo largo de mi vida. Lo que ya no me pareció tan empático (sabiendo lo que me ocurre a mí) fue tirarse toda la tarde hablando de cuando esté embarazada, de lo que quiere hacer cuando esté embarazada, de que si prefiere niño o niña, de la sillita que se compraría, de cómo le llamaría, de qué color pintaría la habitación, de lo mucho que disfrutaría su embarazo… y un largo etcétera.
Unos días más tarde, volviendo al mismo tema, me dejó caer disimuladamente que había preferido no esperar porque no quiere que le pase lo mismo que a mí. Bien, Elora, serénate, coge aire y respira profundamente. Y es entonces cuando yo finjo una sonrisa, pongo buena cara, le digo que no piense tan negativamente y cuando regreso a casa estoy hecha una auténtica mierda. Y es que estoy cansada de ser cuidadosa y empática con los demás y no recibir la misma moneda a cambio.
Estoy cansada del inoportuno «Seguid esperando, ¡ya os arrepentiréis de no haberlos tenido antes!», del consabido «¿Y vosotros para cuándo?» o del recién estrenado «Vais a tener que encargar el bebé a los Reyes Magos, a ver si así os animáis de una vez», haciendo referencia a las futuras fechas navideñas… Pues mire señora, no me toque más los clarinetes, porque en algún momento dejaré de ponerle buena cara y mandarla a un buen sitio que yo me sé.
Y, a veces, sólo a veces, tengo ganas de explotar y gritarle al mundo que me deje en paz, que se pare porque yo me bajo. Las cosas no son tan fáciles como la gente se cree, a veces todo sale del revés. Porque lo último que se imaginan es que una pareja tan joven como nosotros tenga problemas para tener un bebé.
Y ahí estamos nosotros, un par de enamorados deseosos de ser papás. A veces contemplo nuestra historia desde fuera, como parte del público de una obra, una mera observadora de la vida de unos jóvenes que luchan contra la frustración y la infertilidad. Y ahí está esa bonita pareja, ilusionada, embarcándose en la aventura de la búsqueda de su bebé. Sí, empiezan con mucha ilusión, eso está chupado, en un par de meses lo habrán conseguido. ¿Cuál sería la forma más original de decírselo a las familias? ¿Qué tal si ella se pinta algo en la barriga, él le saca una foto y se la envían a sus padres? ¡Imagínate la cara de esos futuros abuelos, darían saltos de alegría! Sí, eso parece una buena idea, pueden hacerlo cuando tengan su positivo, que seguro que está al caer. Después de unos meses de intentonas prueban con los test de ovulación y entra en juego el «hoy toca y mañana no», y si te duele la cabeza da igual, porque hoy toca y no te puedes escapar, y si estás cansado de trabajar lo lamento mucho, pero esto es lo que hay. Empiezan a inquietarse un poco pero no lo quieren reconocer y la gente de su alrededor comienza a decirles que se relajen, que esa es la clave para todo…
Y cuando están a punto de cumplir su primer año de búsqueda se encuentran con que no tienen bebé, que todavía no lo han conseguido y se sienten más perdidos que un pulpo en un garaje. Y ella comienza con un nuevo ritual diario: onagra y ovusitol, el santo grial para la infertilidad, o eso pensaba. Pero nada funciona y buscan un doctor que les ayude, pero no resulta fácil porque hay mucho incompetente con título, hasta que por fin encuentran a uno dispuesto a echarles una mano. Y venga analíticas hormonales; ella, que siente auténtico pavor de las agujas, se cura de sus fobias en contra de su voluntad.
Vaya, esa FSH está un pelín alta. Uy, el estradiol qué mal está. Caray, qué hormonas más locas tienes. Venga, vamos a hacer más analíticas, a ver qué pasa. Y aparece el SOP, ese puñetero que no la deja bajar de peso. Y les recetan Omifin, y ellos piensan que ahora sí que sí, ahora sí que lo van a conseguir porque esas pastillitas son la solución a todos sus problemas. Tienes que tomártelas de tal día a tal día, y tenéis que mantener relaciones estos días en particular, y veréis qué pronto os quedáis embarazados. Y venga, pastillitas al canto, y si en unos meses no lo conseguís, volvéis por la consulta.
Se encuentran con que ha pasado más tiempo del que les gustaría, que San Omifin no ha funcionado y mientras a su alrededor la vida sigue, hay embarazos y bebés por todas partes y comienza la dichosa frasecita: «¿Y vosotros para cuándo?». La lista de la seguridad social es muy lenta y empieza el peregrinaje por las clínicas de fertilidad hasta que una parece convencerles lo suficiente como para dejarse el sueldo entero allí. Llega el momento de la temida histerosalpingografía, no era para tanto, sale airosa de la prueba. Empiezan las inseminaciones y se sorprenden de lo caro que es el mundo de la infertilidad, ¡nunca habían gastado tanto en una farmacia! Y ella casi se desmaya al contemplar las dichosas agujas y jeringuillas, y aunque en la clínica le proporcionan una clase rápida de enfermería y de cómo aplicarlas, ella siente auténtico pavor cada vez que tiene que preparar la dosis.
¿Y durante cuándo tiempo se tiene que pinchar? Pues no se sabe, porque debido a su SOP no se sabe cómo va a reaccionar su cuerpo. Y se pincha como buenamente puede durante diez días, reprimiendo el miedo y la angustia, y se siente una auténtica campeona. Controles cada tres días, su cuerpo reacciona bien, inseminación programada para tal día. Ay, no, que su marido tiene que trabajar ese día y le tocará ir sola. Bueno, no pasa nada, él llevará la muestra primero y ella aparecerá una hora más tarde. Y creen que esta vez sí que lo van a conseguir, porque ya les toca, ¿no? Pero no, a cambio obtienen un negativo como una casa y lo vuelven a intentar. Pero hay que pararlo todo durante un mes al menos, ha salido un quiste residual y así no se puede continuar. Más controles, píldora anticonceptiva y esperar que el dichoso quiste de las narices haya desaparecido. La doctora da el visto bueno por fin, vuelven a empezar y otra vez los pinchazos en la barriga, controles, excusas y mentiras en su entorno, nueva inseminación programada y nuevas esperanzas. Esa vez sí que puede acompañarla su marido, y qué bonito sería salir de allí embarazados, ¿verdad? Pues no, porque cuatro días antes de la beta ella empieza a manchar y todo se acaba. Negativo otra vez.
Después de todo esto, de los malos momentos y las lágrimas, ella sale a pasear con sus perritos, buscando desconectar y evadirse del mundo cuando una vecina inoportuna le pregunta: «¿Estás embarazada? Es que te veo más ancha y a mí me pasó justo eso cuando me quedé embarazada…» Y ella finge una sonrisa e intenta no estrangular a esa vecina chismosa que tanto daño le ha hecho con sus palabras.
«Y vosotros, ¿no tenéis pensado tener hijos?», les dicen, y ella siente que se rompe por dentro, que ya no puede más, que las fuerzas empiezan a fallar… Y, mientras, todo el mundo a su alrededor es más fértil que ellos, la pareja más inesperada se queda embarazada y mientras ellos continúan luchando cada día para vivir el momento que viven los demás. Se pasan a FIV, se hacen más pruebas y ahora sólo esperan el momento adecuado para empezar, con sus esperanzas e ilusiones machacadas y bastante doloridas. Y, entonces, cuando ella se siente más frágil y vulnerable, una amiga le dice que no quiere pasar por lo mismo, que no quiere tardar tanto en ser mamá.
Y ella… ella solo puede fingir una sonrisa y reprimir las lágrimas, ya saldrán cuando llegue a casa y se acurruque en el sofá sintiéndose pequeñita.