Mi caótica maternidad

A veces improviso. Sí. Y no ocurre nada malo. Cuando supe que por fin mi sueño se haría realidad y muy pronto sería madre, no tenía un esquema trazado acerca del tipo de maternidad que me representaría.

Sonrisas y Ojazos han comido triturado, potitos (sí, potitos, y de verdad que no pasa nada, no eres peor madre ni la más mala del mundo mundial por darles algún potito de vez en cuando; de hecho, por increíble que les parezca a muchas, se lo han comido casi sin pestañear pidiendo más), en trocitos y comidas sólidas. Hoy en día, Sonrisas come perfectamente lo que yo como, pero a Ojazos parece costarle un poquito más, así que de vez en cuando le echo un cable y le preparo algo más trituradito o incluso le doy un par de potitos. Y se los come. Le gustan, sacia su hambre y sonríe. Y yo sonrío con él.

No todos los bebés tienen los mismos tiempos. Cada uno tiene el suyo propio, y cuando tienes mellizos te das cuentas de lo grande y cierta que es esa afirmación. Ojazos y Sonrisas no van a la par en todo. Sonrisas aprendió a gatear y fue quien caminó primero. Ojazos apenas quiso gatear y, aunque le costó un pelín más aprender a andar, cuando lo hizo daba la sensación de que llevaba meses haciéndolo. Y así con todo, y no me preocupa. El otro día una madre de mellizos me decía que sus hijos aprenden las cosas a la vez y qué raro que los míos no lo hicieran cuando es lo habitual en múltiples.

Pues bien, no sé si es lo habitual en múltiples y no me importa, la verdad. Qué ganas de meterse en las vidas de los demás, generalizando y dando por hecho. Sonrisas y Ojazos aprenden las cosas siguiendo sus propios ritmos y ni yo ni Rubio les presionamos en nada; simplemente observamos lo increíble que resultan dos bebés criándose juntos.

Mis hijos se ensucian, adoran el aire fresco que se respira fuera de casa, les chifla jugar con nuestros perros y guarrear al máximo. Creo que es muy importante fomentar la curiosidad en nuestros pequeños, permitirles ensuciarse, estrujar la tierra, mancharse con ella, arrancar hierba y sentir su textura (sí, más de una vez se la llevan a la boca y si no llego a tiempo se la comen), buscar piedrecitas y ayudarles a ordenarlas por tamaños, tirarse al suelo y rodar, abrazar a los animales, explorar con ellos. La curiosidad y la aventura son innatas en los niños y debemos fomentarlas y mimarlas para que nunca desaparezcan. A mí me encanta salir al jardín con Ojazos y Sonrisas y ver cómo se dejan llevar por impulsos cargados de curiosidad.

Han comido (y comen de vez en cuando) galletas, las típicas del desayuno, y tampoco les ha ocurrido nada. Bueno, sí, que se las comen con una amplia sonrisa en la cara porque están riquísimas. Comparten muchísimo entre ellos y alguna que otra vez he hecho la prueba de darles sólo una galleta para ver su reacción, y siempre me sorprenden cuando uno de ellos la parte en dos para que ninguno se quede sin probarla. Me impresiona su generosidad con solo 16 meses.

Duermen en su cuarto, en sus cunas, aunque la gran mayoría de las noches (por no decir todas) acaban viniéndose para nuestra cama. Y dormimos los cuatro. No muy cómodos (al menos, ni Rubio ni yo dormimos precisamente cómodos), pero ellos son felices durmiendo en nuestra cama y además lo hacen profundamente. Moviéndose mucho, eso sí, pero profundamente. Y no pasa nada. Llegará el día que duerman solos en su cuarto, sin necesitarme tanto como me necesitan ahora, pero por el momento nos apañamos así, viajando durante la noche entre su cuarto y el nuestro, para acabar durmiendo los cuatro juntos y muy a gusto (por su parte).

Les encanta «leer». Se entretienen un buen rato sin mí pasando hojas de los libros, señalando lo que ven e imitándolo con emoción. Cada noche, después del baño, leemos un ratito y así nos relajamos hasta el momento del biberón. Nuestro ritual es sencillo: señalan el libro que quieren que les lea, se sientan sobre la alfombra (o sobre mí) y leo para ellos poniendo voces, cantando o susurrando, depende de la historia escogida. Y me encanta ver cómo me escuchan, cómo se ríen cuando cambio la voz y cómo mueven las manitos con ritmo cuando toca cantar. Adoro contemplarles entre libros, lo admito.

Y también adoro verles jugando con los peludos de la casa. El amor y el respeto por los animales han sido básicos en mi educación y también lo será en la suya.

Los niños son como esponjas y lo aprenden todo de nosotros; de Rubio y de mí aprenderán el respeto y el cariño por cada animal que les rodea, y espero que en un futuro comprendan porqué mamá y papá nunca les llevarán al zoo, ya que va totalmente en contra de nuestros ideales el confinamiento y encierro animal para divertimento de algunas personas. Y no critico a quien vaya con sus hijos (muchas de mis amigas llevan a sus peques y a mí me parece fenomenal), sólo digo que yo no les llevaré.

Ojazos y Sonrisas son niños felices y es lo único que me importa. Tienen un gran corazón, son cariñosos y besucones, curiosos, aventureros e inagotables y me hacen tremendamente feliz.

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RECUERDOS DE INCUBADORA

Recuerdo los pitidos. Constantes, ruidosos, chivatos de cada movimiento de mis hijos. Recuerdo el miedo atroz que sentía cuando se iluminaban las pantallas de sus incubadoras. Se paralizaba el tiempo, mi respiración se aceleraba y un sudor incómodo y frío me recorría todo el cuerpo. «Por favor, que no sea nada», murmuraba como una oración mientras veía cómo las enfermeras atendían a mis hijos. «Por favor, por favor, por favor».

Antes no entendía porqué la vida nos proporciona malos momentos como estos. No lograba comprenderlo. Pero ahora todo encaja: a veces hacen falta días malos para apreciar lo bonitos que son los buenos. Cuando veo a mis hijos, sanos y fuertes, comprendo que todo lo vivido ha merecido la pena. Todo, incluso los momentos horribles. Cada vez que me llaman «mamá», cada vez que agarran mi mano con fuerza para sentirse seguros, en cada ocasión que buscan consuelo entre mis brazos, comprendo que nuestro camino tuvo que ser así, cargado de sustos y miedos, de esperanza y lágrimas de alegría, porque así aprendimos a valorar los pequeños detalles que nos proporciona la vida.

Recuerdo el miedo incontenible en cada reunión con los médicos. Intentaba buscar en su mirada algo más que no dijesen sus palabras. Recuerdo cómo se calmaban mis bebés cuando hacíamos el piel con piel, en silencio y bajo una luz tenue que las dulces enfermeras siempre disponían para nosotros. Era nuestro momento. De paz y de conexión, de sentirnos, de conocernos, de olernos y tocarnos. Y era mágico. Durante esas horas desaparecían las malas noticias, las lágrimas causadas por el miedo y la incertidumbre y los sollozos ahogados que morían a menudo en mi garganta.

Sólo existíamos nosotros tres. Conectados de nuevo. Tres corazones latiendo unidos, protegiéndonos y amándonos, como cuando estaban en mi tripita.

Recuerdo las pruebas, la espera eterna hasta conocer los resultados, lo recuerdo todo. Pero también recuerdo cosas buenas, como la primera vez que abrieron esos ojitos preciosos, o la felicidad suprema que producía saber que habían ganado peso o la primera vez que pude cogerlos y supe que haría cualquier cosa por mantenerlos a salvo.

Recuerdo momentos preciosos durante nuestro tiempo en Neonatos. Momentos a solas, sólo Rubio y yo con nuestros niños, acurrucados en un sofá mientras les cantábamos y no dejábamos de acariciarlos. Recuerdo con cariño cuando uno de aquellos ángeles con uniforme blanco me dijo: «Ya les quedan pequeños los pijamitas, ¿has visto?». Y lo dijo con una amplia sonrisa en su rostro, feliz por ellos y por nosotros.

Recuerdo muchísimas cosas de esos 46 días que estuvieron ingresados mis tesoritos.

Y, por fin, puedo recordarlas sin sentir dolor en el pecho.

Mis niños están a punto de cumplir 16 meses. Y doy gracias cada día a sus ganas locas de vivir, ésas que hicieron que los cuatro nos fuéramos a casa. Porque consiguieron grandes cosas, a pesar de tener un cuerpo pequeñito. Lucharon cada día para dormir en sus cunas y lo consiguieron.

Ya lo creo que lo consiguieron.

Y no puedo sentirme más orgullosa.

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+15

Bizcochito y Cacahuete han cumplido 15 meses. Me parece increíble lo rápido que ha pasado el tiempo, lo mucho que han crecido, aprendido, descubierto y explorado desde entonces. Recuerdo que mi madre solía decirme que cuando tuviese hijos entendería lo rápido que avanza el tiempo y ahora tengo que reconocer la sabiduría de sus palabras.

Veo a mis pequeños terremotos y no me puedo creer que ya hayan pasado 15 meses desde aquel 25 de septiembre en el que decidieron convertirme apresuradamente en mamá. He intentado regresar al blog un millón de veces, pero me ha resultado verdaderamente imposible. Bizcochito y Cacahuete ya no son Bizcochito y Cacahuete. Han crecido mucho y para mí son Sonrisas y Ojazos, una descripción de lo más acertada si llegárais a conocerlos.

Sonrisas es un payasete, adora hacernos reír con sus tonterías,  siempre con una eterna sonrisa a donde quiera que va. Es un niño dulce y muy cariñoso, le encantan los animales y jugar fuera en el jardín.

Ojazos hipnotiza con su mirada. Tiene el cielo en sus ojos. Es risueño, activo, un poquitín tímido en ocasiones y le chifla que le lea cuentos por las noches. Al igual que Sonrisas, es muy cariñoso y desde que me llama «guapa» a todas horas, llevo el ego subido continuamente.

En estos 15 meses he vuelto al trabajo y he sufrido muchísimo al separarme de mis niños. Jamás pensé que algo tan cotidiano como irse a trabajar resultaría tan doloroso cuando tienes hijos.

Mis pequerrechos son unos terremotos muy activos, durante el día no paran de moverse, jugar, gritar, saltar, correr, pelearse/quererse (depende de la ocasión); además son muy callejeros, adoran salir a pasear, ir al parque, jugar en el jardín… cualquier excusa es buena para no estar en casa.

Me encanta ver sus avances, comprobar como cada día aprender algo nuevo, como van marcando su personalidad y carácter… En definitiva, verles crecer es el mayor de los regalos. Es una sensación increíble descubrir de nuevo el mundo a través de sus ojos, vivir sus primeras veces, ilusionarse con cada pequeña de sus emociones…

Son los 15 meses más bonitos de mi vida, pero también los más duros y agotadores. La maternidad es algo increíble pero también es realmente agotadora (a muchos niveles), no todo es de color de rosa ni mucho menos. Pero ver sus sonrisas, escuchar cómo me llaman «mamá» y cómo me buscan para darles consuelo transforma cualquier día pésimo en algo que merece la pena.

Me gustaría que los conociérais, sois muchas las que habéis seguido mi historia desde el principio, desde las dudas y la incertidumbre, desde la esperanza, desde los pinchazos, desde los negativos y los malos momentos… Es por ello que creo que os lo debo, creo que os merecéis «conocer» a Bizcochito y a Cacahuete, los hombrecitos de mi vida.

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Aquí no habían cumplido su primer añito, hicimos esta sesión de fotos en pleno agosto para tener un recuerdo inolvidable de su primer verano con nosotros. Ahora ya han perdido un poquito esa cara de bebé, pero dan ganas de comérselos igualmente 🙂

Intentaré regresar al blog poco a poco, espero poder sacar tiempo de alguna parte porque para mí este mundo virtual es muy importante, gracias a él he conocido a personas increíbles y me gustaría seguir haciéndolo.

Besos gigantescos para todas de una mamá múltiple agotada pero condenadamente feliz.

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BIZCOCHITO,CACAHUETE Y YO

Hace casi seis meses que soy mamá. Hace casi seis meses que he cumplido mi sueño por el que tanto luché. Bizcochito y Cacahuete crecen a pasos agigantados, regalándome cada día nuevos avances y aprendizajes. Cada mes aprueban con sobresaliente sus revisiones en el área de Neonatología del hospital y no sabéis lo orgullosa y tranquila que me hace sentir eso. Son dos niños sanos, fuertes, listos, sonrientes y tremendamente observadores. Comen de maravilla, duermen la noche del tirón y sonríen continuamente. No son perfectos, ni mucho menos! Se gastan una mala leche increíble cuando les llega la hora de su biberón  y todavía no está listo, o cuando los visto después de bañarlos. ¡Adoran estar bolas!

Ya no les doy pecho, sólo biberón de leche de fórmula. Eso es algo que crea cierta controversia hoy en día. «¿Por qué no les das pecho? ¿Acaso no sabes que es lo más sano y lo mejor para ellos?». He escuchado ese tipo de preguntas/acusaciones tantas veces que ni me inmuto. Y no sólo de familiares, sino también de conocidas y vecinas, además de algún que otro médico. Yo misma decidí dejar de darles el pecho y no creáis que me resultó sencillo ni mucho menos. Sentí que lo que estaba a punto de hacer me convertiría en mala madre, que sólo dar la teta era el único y verdadero camino. Así es como te hacen sentir algunas personas hoy en día cuando decides dar biberón a tus hijos.

Pero necesitaba disfrutar de mi maternidad al cuadrado. Y con la teta no lo estaba haciendo. Así que tomé una dura decisión y… no podría ser más feliz. Sí, a veces echo de menos momentos a solas con mis bebés dándoles el pecho, solos en una fusión perfecta, pero lo compensan y sustituyen momentos increíbles de Rubio dándoles el biberón mientras les habla embobado, y ellos responden con carcajadas y sonrisas que atesoro para siempre en mi recuerdo.

Bizcochito y Cacahuete nacieron siendo grandes prematuros, dos meses y medio antes de lo que debían. Dos pequeños hombrecitos curiosos que quisieron conocer mundo antes de tiempo. Con cinco meses y medio, tienen una edad corregida de tres meses y medio y un desarrollo neuronal que corresponde a bebés de prácticamente cinco meses. Es decir, pequeños pero matones. ¡Y me siento tan orgullosa de ellos!

Poco a poco he conseguido crear una cierta rutina en nuestras vidas y los peques parece que llevan mejor el día a día cuando saben lo que va a ocurrir en todo momento. Salimos a pasear cada día, leemos cuentos por las noches y aprovechamos cada preciado rayito de sol siempre que podemos.

A veces los observo dormiditos abrazados a mí y me parece increíble que sean mis hijos, que mi sueño se haya cumplido por fin. Verlos crecer cada día es la mejor recompensa por todo el camino que he atravesado para llegar a ellos.

El 13 de marzo de 2015 me ponían a mis dos últimas estrellitas, a las que nombraría más tarde como Bizcochito y Cacahuete. Mis últimos embriones, después de que la transferencia de Canica resultase negativa. Y ahora aquí estoy, con mis pequeños a mi lado, haciéndome sentir las sensaciones más bellas y puras que existen.

Jamás olvidaré lo que he pasado para poder ser madre, eso es algo que siempre llevaré conmigo, pero todas las lágrimas han merecido la pena. Con creces.

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¡HE VUELTO!

Resulta increíble lo mucho que cambian las cosas en poco tiempo. El año pasado, por estas fechas, Rubio y yo habíamos decidido ir a por todas con nuestra primera FIV, volcando en ella todas nuestras ilusiones y esperanzas renovadas. Año nuevo, vida nueva, ¿no? Ese viejo refrán dio en el clavo con nosotros. En marzo de 2015 me quedaba embarazada de mis dos príncipes, demostrándome que los sueños se hacen realidad.

Y ahora aquí estoy, en enero de 2016, viviendo la maternidad a tope de la mano de mis dos pequeños hombrecitos. 3 meses y medio juntos. 3 meses y medio de amor incondicional, de amor del bueno. 3 meses y medio de redescubrirme a mí misma como madre, como mujer. 3 meses y medio de caos, locura absoluta, cansancio, cantidades industriales de pañales, biberones y achuchones y besos multiplicados por dos.

Mis dos soles cumplirán cuatro meses a finales de mes. Cuatro. A veces me resulta abrumador lo rápido que crecen, lo mágicamente rápido que pasa el tiempo a su lado. Chiquitines, no crezcáis tan rápido, ¿sí?

En cuanto les dieron el alta de la Unidad de Neonatología y comenzó nuestra nueva vida juntos, todas las piezas del puzzle encajaron al momento. Así es como debería ser, como debió ser desde el principio: los cuatro compartiendo nuestra vida juntos, sin separaciones dolorosas ni lágrimas en la oscuridad de mi habitación.

Criar a dos bebés no es fácil. No os voy a mentir, no todo es de color de rosa y me he visto superada en múltiples ocasiones, pero todo mal momento llega a su fin y toda rabieta incontrolable se acaba controlando. Reconozco que me costó adaptarme a su ritmo, dos bebés demandantes de comida y atenciones las 24 horas del día, sin importar la hora o el cansancio acumulado. Me he tirado días enteros en pijama sin salir de casa, la casa sin arreglar y los platos sin limpiar. Por suerte, la experiencia que he ido adquiriendo me ha permitido relajarme mucho más y mejorar cada día, y los momentos de agobio han disminuido para dejar paso a los momentos de sonrisas de mis bebés.

Soy feliz y esa es la verdad más importante de todo esto. La recompensa ha merecido la pena, más incluso de lo que yo imaginaba. Volvería a pasar por todo si a cambio los tengo a ellos. Solo llevan tres y medio en mi vida y me pregunto cómo he podido vivir sin ellos hasta ahora.

Todo el cansancio desaparece cuando sus hermosos ojos grises se topan con los míos y sonríen con tanta ternura e inocencia que el corazón me da vuelcos a cada momento.

Y ahora, que por fin encuentro breves momentos de paz mientras mis dos soles duermen plácidamente a mi lado, decido regresar. He echado mucho de menos el blog y a vosotras, pero me ha sido imposible volver antes por aquí. Ahora que hemos conseguido instaurar una cierta rutina, me veo con fuerzas de volver por este mundo blogueril que tanto me enamora.

Gracias a todas por vuestros mensajes de cariño para I & E, algún día les contaré la cantidad de gente buena que hay en el mundo.

Besos gigantescos a repartir!! 🙂

He vuelto!

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Maternidad prematura

Llegaron de madrugada, apenas diez minutos antes de las 6 de la mañana. 30 semanas estuvieron dentro de mí, proporcionándome miedos y alegrías, permitiéndome descubrir el amor verdadero.

Abrieron los ojos al mundo demasiado pronto, todavía no era el momento. Jamás he sentido tanto miedo en toda mi vida. Rotura de bolsa. Contracciones imparables. Cesárea de urgencia. Parto prematuro. Mellizos prematuros. Ingreso hospitalario en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales.

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Recuerdo el momento en el que nacieron mis hijos como algo frío y cargado de terror. No pude decirles «Bienvenidos al mundo». «Por favor, luchad, sed fuertes, quedaos conmigo», fueron los pensamientos que me asaltaron mientras se los llevaban a toda prisa al área de Neonatos introducidos en el interior de una incubadora.

Los escuché llorar y lloré con ellos. No pude verles, no me enseñaron sus caritas bonitas. Fue Rubio el encargado de presentarme a mis pequeños a través de una foto en su móvil mientras me reponía en la sala de reanimación. Eran pequeñitos, demasiado frágiles y vulnerables para este mundo, me necesitaban y yo no podía ni siquiera cogerles en brazos.

Casi dos días después de su nacimiento pude conocerles. Una celadora muy agradable me llevó en silla de ruedas al área de Neonatología para presentarme a mis hijos. Recuerdo ese momento como si fuera ayer: el corazón me bombeaba a toda velocidad, me sudaban las manos y un nudo de preocupación se había quedado atrapado en mi garganta, imposible de tragar. Hacía mucho calor en aquella pequeña sala llena de incubadoras, las máquinas no dejaban de pitar. Las enfermeras me miraban cómplices, sonriéndome y transmitiéndome fuerza. Cuando los vi, desnudos dentro de las incubadoras, me derrumbé. Me llevé la mano a la boca, intentando en vano detener un sollozo que muy pronto se convirtió en un lamento incontrolable.

Me costó un gran esfuerzo dejar de llorar. Bebé I., a pesar de la prematuridad, se encontraba fuerte y sano, aunque aquello no consiguió tranquilizarme tanto como yo había pensado. Bebé E., por el contrario, estaba débil y cubierto por tantos cables que no pude verle la cara hasta que cumplió su primera semana de vida.

Y mientras los contemplaba, pequeños y frágiles, sentí cientos de remordimientos de conciencia culpando a mi cuerpo por no haber protegido lo que más quería, mis tesoros más valiosos. Me duele reconocer que cuando nacieron mis hombrecitos sentí miedo, pánico, un sentimiento atronador que no había experimentado jamás.

Me dieron el alta hospitalaria una semana después de la cesárea y no podéis imaginaros lo desolador que resulta irte a tu casa sin tu bebé. Ya en casa, contaba cada segundo, cada minuto que me faltaba para ir a visitarlos. Mi vida se transformó en algo muy monótono: casa y hospital, y el poco tiempo libre que me quedaba lo empleaba en sacar leche para alimentarlos.

Cada noche se me desgarraba el alma al imaginármelos allí solos, quizás llorando, siendo consolados por otras manos que no eran las mías. Sentí envidia de las enfermeras que bañaban a mis hijos, que pasaban con ellos tantas horas al día, que les cambiaban los pañales, que los consolaban cuando lloraban solicitando cariño. Sentí envidia de todas esas cosas que debería estar haciendo yo.

Ser madre de bebés prematuros es tremendamente duro pero aprendes a apreciar la vida de otro modo. La vida es un regalo y cada pequeño avance de mis hombrecitos me parecía el mayor logro que había experimentado jamás.

45 días estuvimos separados. 45. Es un simple número pero abarca demasiados sentimientos.

Aquella mañana emotiva en la que vestía a mis hijos con la ropa que había escogido para llevármelos a casa la recuerdo con muchísima ilusión. Por fin nos íbamos para casa, por fin comenzaba nuestra nueva vida, por fin seríamos cuatro, por fin mis niños estaban donde tenían que estar: en casa, con sus papás.

Ahora vivo en plena felicidad desde que los tengo conmigo. Adoro mi nueva vida como mamá. Hay momentos duros, la lactancia materna es complicada en ocasiones, pero todo vale la pena con creces. Cuando me levanto por las mañanas y veo esos ojitos de cielo contemplándome desde el otro lado de la cama, sonrío sintiéndome afortunada de todo lo que hemos recorrido y conseguido en estos casi dos meses de vida que tienen mis pequeños.

Y, por fin, después de tanta lucha, puedo dejar de imaginarme cuánto os querré para vivirlo en mi propia piel.

Y todos esos sentimientos se me quedan pequeños.

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Y AHORA… MAMÁ

¡Hola de nuevo! Ante todo, os pido disculpas por mi repentina desaparición. Me gustaría daros las gracias a todas las que os habéis puesto en contacto conmigo a través del blog o del correo electrónico preocupándoos por mi ausencia, sois las mejores, ¡mil gracias!

Os revelaré el motivo de mi desaparición: ¡YA SOY MAMÁ!

Sí, habéis leído bien… Soy mamá por fin. Mis príncipes decidieron adelantarse y conocer mundo antes de lo previsto.

Todo empezó pocos días después de cumplir las 27 semanas: me sentía rara, se me ponía dura la barriga demasiadas veces al día y empecé a sentir un dolor un tanto extraño en la zona de los riñones. Así que acudí a urgencias pensando que todos los síntomas serían normales y me llevé la sorpresa/susto de mi vida cuando me anunciaron que debía quedarme ingresada, pues empezaba a tener contracciones y el cuello del útero se había acortado exageradamente desde la última vez que me lo midieron con 20 semanas.

Durante 3 semanas los médicos intentaron detener las contracciones y el dolor pero, recién cumplidas las 30 semanas, uno de los bebés rompió la bolsa y me puse de parto. Dilaté en seguida, pero todo acabó en una cesárea de urgencia debido a que bebé I. estaba colocado en podálica, descartando al momento un parto vaginal.

El 25 de septiembre venían al mundo para iluminar mis días los hombrecitos de mi vida: bebé E. a las 5:49 de la madrugada y bebé I. a las 5:51.

Están instalados en neonatos, bien calentitos en el interior de sus incubadoras, poniéndose fuertotes y gordotes para poder irnos a casa. Todavía nos queda un tiempo separados hasta que pueda llevármelos a casa, pero cada día que pasa es un día menos alejados de mí y de Rubio. ¡Estamos deseando comenzar nuestra nueva aventura los cuatro juntos!

¿Qué deciros de los chiquitines? Que estoy orgullosísima de ellos, de lo fuertes que son, de lo muchísimo que se superan cada día, del instinto luchador que corre por sus venas. Son tan pequeñitos y grandes a la vez…

Me encanta verlos sonreír mientras duermen ¡transmiten tanta paz!

No todo ha sido fácil y todavía queda mucho camino que recorrer, pero eso os lo contaré en otra entrada.

Solo quería que supierais que he llegado a la meta (antes de lo previsto) y que a pesar de los contratiempos, es maravilloso. Mi mundo gira por y para ellos, todo tiene sentido gracias a esos pequeñines campeones.

Mi corazón late fuera de mi cuerpo multiplicado por dos y cuanto más contemplo a mis hijos, comprendo con más intensidad que haría cualquier cosa por ellos y que debo ser fuerte para transmitirles que muy pronto abandonaremos esas incubadoras calentitas para trasladarnos definitivamente a nuestro hogar, que lo será más que nunca en cuanto crucemos el umbral de nuestra puerta con ellos 🙂

Os prometo otra entrada con más detalles, en cuanto consiga reponerme definitivamente de la cesárea, que me dejó un pelín debilucha y sin fuerzas de nada.

¡Millones de besos para todas!

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EL EMBARAZO DE UNA INFÉRTIL

Hace tiempo que quería escribir esta entrada, pero por una cosa o por otra lo he estado aplazando hasta ahora. En estas 27 semanas de embarazo que estoy viviendo plenamente, he llegado a la conclusión de que el embarazo de una infértil no se parece ni por asomo al de una persona que no ha pasado por tratamientos o malas experiencias para conseguir ser mamá.

No digo que sea mejor ni peor, sino diferente.

El otro día, cotilleando aburrida en cierta red social, vi la foto de una chica que anunciaba su embarazo con un test de embarazo positivo y la verdad me llamó bastante la atención porque a mí me costó horrores decir que por fin estaba embarazada. Y pensé: ¿cómo consigue no sentir miedo por anunciarlo tan pronto?

Yo me morí de miedo cuando la gente empezó a enterarse de que en unos meses sería mamá. Sí, lo sé, no era más que un miedo irracional, pero estaba aterrada, muerta de miedo de que algo pudiese salir mal y tener que soportar sus preguntas acerca de lo ocurrido. Reconozco que el reposo absoluto, los manchados y los sangrados de las primeras 13 semanas consiguieron asustarme tanto que no lo disfruté como hubiese deseado y los miedos se instalaron en mi cabeza para quedarse durante mucho tiempo.

Para una infértil que ha pasado por una época de pruebas, búsqueda de respuestas, tratamientos fallidos, lágrimas, frustración, miedo, pinchazos, punciones y mucho dolor, su camino no termina con el ansiado positivo. No, claro que no. Después del positivo empiezan otros miedos (de otro tipo más manejable, eso sí) que también nos preocupan hasta desvelarnos: ¿le pasará algo malo al bebé? ¿irá todo bien?¿cuándo dejaré de tener miedo? ¿cómo estará el bebé? ¿saldrá todo bien, por fin seré mamá? Evidentemente, estas preocupaciones no tienen nada que ver con la época de tratamientos, donde las preocupaciones me dejaban sin aliento pensando que tal vez nunca escucharía a un pequeñajo en mi casa llamándome «mamá».

Me costó horrores comprarles sus primeras cositas, lo reconozco. No me atrevía a hacerlo, me moría de miedo de solo pensar en sacar el billete de la cartera y pagar esas mantitas de invierno tan monas que había visto en la tienda. Sí, hice una montaña de un grano de arena por unas mantitas, qué le voy a hacer. Y mientras conducía de vuelta a casa, las miraba de reojo con una mezcla entre ilusión y miedo, guardándolas en el armario hasta que estuve preparada para volver a verlas. Las futuras mamás infértiles solemos pensar que algo puede ir mal (al menos, a mí me pasaba).

Y así me ocurrió en otras ocasiones. La ilusión y el miedo se entremezclaban y disfrutaba las cosas a medias, y os puedo asegurar que me sentía horriblemente mal por reaccionar de ese modo. Otras compañeras continuaban luchando, sacando fuerzas de donde no las hay para un nuevo intento y yo que por fin lo había conseguido me moría de miedo y no disfrutaba de la experiencia como debería.

Pero todo cambió con la eco 4D de las 18 semanas. Vi a mis pequeños, a los hombrecitos de mi vida moviéndose y pataleando con fuerza, rebosantes de vida y por fin dejé de sentir tanto miedo. Después de que me confirmasen que todo va estupendamente en la eco de las 20 semanas, el miedo ha ido desapareciendo tan rápido que apenas me he dado cuenta. Por fin me atrevo a comprarles ropita y demás cosas sin pensar en negativo. Siento a mis bebés moverse a todas horas y eso me transmite una tranquilidad increíble, desterrando los malos pensamientos bien lejos.

Ahora, por fin, he comenzado la decoración de su habitación. Es algo que me hacía una ilusión increíble, incluso más de lo que habría imaginado. Ha sido tanto tiempo imaginándome su cuarto, los detalles, los colores, el amor que se respirará en él que aún no me creo que esté seleccionando cunas en las que dormirán los hombrecitos más importantes de mi vida.

Y aquí estoy, cumpliendo 27 semanas, sintiendo las patadas de mis dos amores, que me enamoran cada día que pasa.

Tan pequeños y tan grandes a la vez ❤

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SUEÑO, CANSANCIO Y ECO DE LAS 20 SEMANAS

Perdonadme por la desconexión del blog últimamente, el sueño y el cansancio han regresado y parece que para quedarse por un tiempo indefinido conmigo. Tengo momento de mucha energía que aprovecho para hacer recados, salir a pasear con mis peluditos, ir de compras y demás, y tengo también momentos en los que me tiraría todo el día en el sofá vegetando, viendo la televisión o durmiendo como una marmota. He intentado actualizar antes, pero me ocasionaba tal pereza que acababa dejándolo y apagando el ordenador.

Aprovecho estos momentos de energía para contaros cómo va todo 🙂 Hace muy poquito me tocó la eco morfológica de las 20 semanas en el hospital (en realidad, ya estaba de 21+4). Estaba bastante nerviosa por si se veía algo que no estuviese bien en los peques (soy una agonías, lo sé), así que el día anterior me lo tiré un poco preocupadilla y deseando que todo fuesen buenas noticias. Por suerte, Rubio pudo acompañarme, cosa que me encanta porque por su trabajo casi nunca puede hacerlo y me da penita que se pierda momentos tan chulos como cuando los vemos moverse a través del monitor, pataleando y abriendo las manitos sin parar.

Os resumiré la eco de las 20 semanas para no enrollarme demasiado: los dos pequerrechos se encuentran en posición podálica (vamos, de culo), y pesan 430 gr Cacahuete y 480 gr Bizcochito 🙂 No me han dicho cuánto miden ni tampoco me han dado una fotito, pero bueno, lo importante es que los dos están perfectos y que todo parece ir viento en popa.

Hace unas semanas me preocupé bastante porque la barriga se me ponía «dura» de repente y se tiraba así horas, resultándome muy molesta esa sensación tan extraña de dureza, así que no me lo pensé demasiado y me planté en urgencias para comentarles lo que me estaba pasando. Por un momento pensé en no ir, me daba cosa que pensasen que soy una primeriza histérica, pero estar intranquila no es la mayor de mis aficiones y necesitaba respuestas.

En cuanto llegué y les conté lo que me ocurría, me atendieron enseguida y me llevaron al ala de partos, en donde me metieron en una habitación y me colocaron un monitor alrededor de la barriga para asegurarse de que no estaba teniendo contracciones. Las enfermeras fueron super amables y me tranquilizaron muchísimo, venían a verme cada dos por tres y contemplaban la pantalla del monitor tranquilas, diciéndome que todo estaba bien, que no había contracciones y que no tenía de qué preocuparme. Ya en consulta, la doctora me realizó una eco para asegurarse de que los peques estaban bien y me midió el cuello del útero, asegurándome que éste estaba largo y cerrado, tranquilizándome mucho.

Me recomendó una vida tranquila sin esfuerzos ni nada por el estilo, pero a fin de cuentas, una vida absolutamente normal. Le pregunté si había alguna explicación para mi barriga «dura» esporádica y me dijo que el útero es un órgano que se estira muchísimo durante el embarazo y que éste se resiente de vez en cuando (y en embarazos gemelares todavía más). Me aconsejó que debo sentarme y descansar cada vez que me vuelva a ocurrir, pero que no me preocupe siempre y cuando la dureza de mi barriga no vaya acompañada de dolor, pérdida de líquido o sangrado de ningún tipo. Me volvió a recordar que los embarazos gemelares tienen estas cosas y que no me preocupe, que todo está bien y los peques están perfectos.

Y yo, como soy muy obediente, le he hecho caso y he decidido no preocuparme en exceso, disfrutando de esta etapa al máximo. Me transmite mucha tranquilidad sentirles tanto como les siento, es increíble lo fuerte que me patean la tripa y a mí me encanta, se lo están pasando pipa ahí dentro y Rubio y yo no podemos estar más encantados. Hay momentos de miedos e incertidumbre, pero intento no dejarles demasiado espacio en mi cabeza. Espanto a manotazos a los malos pensamientos comprando ropita de bebé e incluso atreviéndome a pintar su habitación; es un método infalible para librarme del asqueroso miedo que me asalta en ocasiones.

Gracias a todas por estar ahí, por preocuparos y alegraros con cada avance 🙂 Para mí significa muchísimo, sois todas increíbles y ya os considero las ciber titas de mis dos chiquitines ❤

Os dejo con una foto de mi barrigola de 22 semanas. Me la saqué la semana pasada, ahora ya ha pegado un buen estirón otra vez 🙂

Mil besos!!!

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SENSACIONES

Sensaciones que dejan huella. Movimientos que llegan al alma.

Toquecitos tímidos al principio, golpeteo continuo después.

Dos pequeños individuos que me arrancan millones de sonrisas.

Y así estoy, disfrutando de esta etapa plenamente, maravillada de las sensaciones que estos dos pequerrechos despiertan en mí. Hace tres semanas que comencé a sentirles; primero no eran más que pequeños golpecitos tímidos apenas imperceptibles. Ahora se hacen notar, propinándome pataditas continuas y fuertes, haciendo que mi tripa se transforme en un ir y venir de bultos divertidos y mágicos.

Rubio y yo miramos embobados mi tripa mientras los peques se mueven a su antojo y los bultos hacia fuera aparecen sin parar; son unos trastos que se menean sin descanso! Es algo increíble, una sensación indescriptible que tenía miedo de no experimentar nunca.

Todo va bien y por fin los miedos empiezan a esfumarse. Cada día me atrevo un poquito más a comprarles nuevas cositas y muy pronto nos pondremos con su habitación, algo que me hace especial ilusión y será mi proyecto personal en el que haré y desharé a mi gusto para prepararles la habitación que tanto tiempo he imaginado.

Estoy viviendo un momento increíble y realmente mágico. Os deseo que muy pronto podáis experimentarlo, luchadoras, porque todas nos merecemos vivir algo como esto.

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