Ayer, a las nueve de la mañana, fue el día de mi punción. Me desperté temprano, más temprano de lo habitual, para ducharme y vestirme con toda la calma del mundo, sin prisas, intentando que los nervios no se apoderasen de mi cuerpo. Tuve que recordarme varias veces que para realizar la punción no está permitido echarse cremas corporales ni tampoco perfume, ni tampoco beber aunque solo fuese un sorbo de agua. Había que ir en ayunas, sin comer ni beber nada desde las doce de la noche del día anterior. Os confieso que me costó horrores porque soy una persona que bebe bastante y he adquirido la costumbre de beber un vasito de agua antes de irme a dormir.
Tal y como nos habían indicado, a las 8:45 de la mañana estábamos Rubio y yo en la clínica con los nervios a flor de piel. Fuimos los primeros de la mañana. Nos abrió la señora de la limpieza, que nos indicó que enseguida vendría a buscarnos una enfermera. Y así fue. Una enfermera sonriente y amable nos condujo a través de los pasillos hasta nuestra habitación, un pequeño dormitorio con baño, pero realmente cuco. Me indicó que me desvistiese, me puse una bata de esas con el culillo al aire y me calcé unas zapatillas que también me proporcionaron allí. Antes de entrar en quirófano, me comentaron que debía ir con la vejiga vacía y así lo hice (no me costó mucho esfuerzo, cuando estoy nerviosa me convierto en una auténtica meona jajaja).
Cinco minutos antes de las 9, vinieron a buscarme y me condujeron hasta el quirófano. Me despedí de Rubio con un beso fugaz y sonreí contenta; la próxima vez que me despertase ya estaríamos un poco más cerca de nuestro sueño. El anestesista me hizo las típicas preguntas acerca de las alergias y demás, me subieron a la camilla, me pusieron la vía y todos se prepararon para la punción. A excepción del anestesista, todo eran mujeres, jovencitas y amables que solo tenían palabras dulces de ánimo para mí; consiguieron tranquilizarme mucho.
«- Bueno, Elora, ahora vamos a dar un viajecito, ¿te parece?»-me dijo el anestesista.
No recuerdo nada más.
Cuando me desperté, ya estaba en la habitación y Rubio entró poco después. Me trajeron de desayunar, un Cola Cao riquísimo, un zumo de naranja, un vaso de agua y unos sobaos que me supieron a gloria. Sentí un poco de molestia en el bajo vientre, pero nada más. Más tarde vino a vernos la ginecóloga y nos informó que habían sacado 5 ovocitos gordotes y que mañana nos llamarían para informarnos qué tal había ido todo y cuántos habían fecundado. Me entregó un papel con las indicaciones para el día siguiente: un óvulo de progesterona cada doce horas, beber mucho líquido y llamar a la clínica ante cualquier tipo de molestia o dolor. Le dimos las gracias, nos deseó mucha suerte y se marchó.
Cuando acabé de desayunar, me vestí y nos marchamos. No sentí ningún tipo de molestia en todo el día, lo que me sorprendió gratamente. Pensé que me pasaría el día tirada en el sofá con un dolor insoportable en la tripa, pero no fue así. Me encuentro fenomenal, solo he tenido algún que otro tirón en la zona, y ni siquiera ha sido doloroso. Así que por esa parte todo ha salido realmente bien. Eso sí, me pasé todo el día tirada en el sofá, pero solo porque el tiempo no acompañaba y no dejó de llover en todo el sábado.
A la mañana siguiente, es decir, hoy, nos han llamado del laboratorio. La embrióloga nos informó que de los cinco ovocitos que habían conseguido extraer, dos no eran maduros y que los otros tres restantes habían fecundado los tres. No puedo describiros con palabras la sensación tan extraña que me embargó. Tres embrioncitos luchando por quedarse con nosotros. Mis tres polluelos, imposible no quererlos. Nuestros, fruto de la unión de Rubio y mía, un milagro de la ciencia. Es una emoción brutal, en todo este tiempo nunca habíamos llegado tan lejos. Y ahí están, tres soletes brillantes, demostrándome que lo imposible puede ocurrir.
He de reconocer que al principio me sentí un poco desanimada. Vaya, solo tenemos tres embriones, pensé. No hay mucho margen de movimiento, no hay muchas oportunidades. Son poquitos, lo sé, soy realista cuando tengo que serlo y sé que no hemos conseguido extraer un buen número de óvulos y, por lo tanto, el número de embriones disminuye. Pero, como siempre, Rubio siempre está ahí para subirme el ánimo.
«Solo necesitamos uno», dijo cuando vio la duda en mis ojos. Tres de tres, a mí me parecen unos campeones.
Y sonreí. Sonreí de verdad. Como siempre, iremos con pies de plomo, pero dentro de mí existe una alegría contenida que estoy deseando liberar.
Mañana por la mañana me llamarán de nuevo para informarme cómo siguen mis polluelos, cuáles son sus calidades y lo programaremos todo para la transferencia que, al parecer, será el martes. Así que, preciosos míos, continuad luchando para que podamos conocernos dentro de unos días, ¿sí? Yo prometo poner todo de mi parte para que decidáis quedaros conmigo.
Pensar que mi Pequeña Canica puede encontrarse entre esos tres campeones me provoca un vuelco en el corazón. Sí, son solo tres, los números no nos han ayudado mucho en la punción, podría haber salido mejor y no ha sido así, pero son míos, mis tres estrellitas y confiaré en ellos hasta el final.
No dudes nunca de todo lo que estaríamos dispuestos a hacer por ti, mi cielo. Te siento más cerca y eso me da muchas fuerzas.
Espero recibir buenas noticias mañana 🙂